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Alejandría: el embrujo del pasado

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Plaza Saad Zaghlol

La varias veces milenaria ciudad de Alejandría suele permanecer oculta a los ojos del viajero, al estar fuera de los circuitos turísticos egipcios.

Riadas de extranjeros se mueven por las calles de El Cairo, entre los templos del Alto Nilo, sobre las orillas del Mar Rojo, pero aquí, en Alejandría, es difícil cruzarse con un turista al uso.

Los extraños suelen venir de El Cairo, donde viven, huyendo del rigor con que el sol calienta la capital durante el verano, buscando la terapia que aporta su tranquila gran bahía durante el resto de las estaciones. Se les ve en las terrazas de los cafés que hay sobre la plaza Saad Zaghlol, o en La Corniche, junto al mar, o en los hoteles más caros o al interior de joyerías y tiendas de moda. Pero el turista en su versión pura es una especie casi desconocida por estos territorios.

También es la ciudad egipcia donde mejor se come, título que aunque no sea difícil conseguir en un país alimentado a base de frutas, verduras y cordero, conserva con cierto orgullo. Frente a la orilla, los restaurantes muestran el pescado arrebatado al mar hace sólo unas horas, y lo venden al peso, cocinado con simplicidad e inteligencia para que se coma en sus terrazas bajo el azul intenso del cielo con la vista perdiéndose en las bahías que fueron campo de recreo para faraones y gente notable.

Oficialmente el centro de la ciudad está situado en la plaza Saad Zaghlol, un rectángulo ajardinado que da al mar donde se descansa en los peldaños de la estatua de este (al parecer) ilustre personaje egipcio desconocido incluso para el común de los alejandrinos, en los bancos y sobre la hierba que aquí verdea más que en cualquier otro lugar africano, mientras en una esquina los fieles rezan sobre alfombras prestadas cuando el muecín llama a la oración desde la mezquita próxima.

Pero que nadie tema veleidades integristas, porque como siempre, el mar atempera los sentimientos religiosos, y mucho más el Mediterráneo, por lo que es difícil encontrarse con extremismos vulgares. Al otro ángulo, la terraza del café Trianon se puebla con clientes mundanos que toman un zumo, un té, un helado, mientras en su interior, los más atrevidos consumen una excelente cerveza, y más raramente otras bebidas con mayor gradación alcohólica, tal vez porque sus precios son similares a los que cuesta un vino tinto en los campos Elíseos, es decir, un ojo de la cara.

En fin, fuera de los costos elevados este es un destino que por demás llama la atención, esos parajes exóticos y relajantes hacen de Alejandría un lugar que merece la pena ser visitado, Aquí la segunda parte de este artículo.

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